jueves, octubre 26, 2006






Supongamos que la vida y la fortuna de cada uno de nosotros dependieran en algún momento de nuestro éxito o fracaso en una partida de ajedrez. ¿No es cierto que deberíamos considerar como principal deber el de conocer por lo menos los nombres y movimientos de las piezas, que habríamos de tener alguna noción de las tácticas de juego, y que pondríamos un especial cuidado en aprender la forma de dar o eludir jaques?
Pues bien, una verdad simple y elemental es que la vida, la fortuna y la felicidad de cada uno de nosotros y, en mayor o menor medida, de las personas cercanas a nosotros, dependen de nuestro conocimiento de algunas de las reglas de un juego infinitamente más difícil y complicado que el ajedrez. Se trata de un juego practicado desde épocas remotas, en el que cada hombre y cada mujer participan como uno de los dos contrincantes de su propia partida. El tablero es el mundo, las piezas so los fenómenos del universo, y las reglas del juego son lo que nosotros llamamos leyes de la naturaleza. El otro jugador se oculta a nuestra vista. Sabemos que sus jugadas siempre son acertadas, justas y pacientes. Pero también sabemos, por la cuenta que nos trae, que nunca perdona los errores, que jamás hace ninguna concesión a la ignorancia. El hombre que juega bien es recompensado con esa clase de generosidad desbordante que siente el fuerte al demostrar su fuerza. El que juega mal recibe un jaque mate; sin precipitación, pero con remordimientos.

THOMAS HENRY HUXLEY



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